COMO UN DESESPERADO
Claret escribe esta carta desde Gran Canaria, donde trabajó apostólicamente durante escasamente año y medio, pero dejando una huella que aún hoy se percibe.
Hace ya años que nos estamos quejando de la disminución de vocaciones sacerdotales y religiosas, e incluso de seglares verdaderamente comprometidos en el anuncio del Evangelio y en el servicio de la comunidad cristiana. Es éste un hecho motivado por razones complejas, como el reducido número de hijos, la secularización de la sociedad, etc. Sin olvidar que la vocación es un don de Dios y no simple fruto del esfuerzo humano, ni siquiera de un elocuente testimonio cristiano. Cuántas veces padres creyentes y responsables han dado el mejor ejemplo a sus hijos y luego han quedado sorprendidos, o hasta con un indebido complejo de culpa, al ver que ellos no siguen sus huellas. A veces se siembra y no se ve la cosecha, porque tiene lugar más tarde, o simplemente no tiene lugar; pero, ciertamente, si queremos cosecha, hay que sembrar.
Otra pregunta muy importante es aquella a la que alude Claret en esta carta: quien ha sido llamado a la vida sacerdotal o religiosa, o en la medida en que se lo podría permitir su compromiso seglar, ¿está dando lo mejor de sí mismo? Mirando la historia – siempre maestra de vida – vemos que muchas veces ha bastado un solo cristiano para tener un influjo eficaz, y duradero, no sólo entre la gente de su tiempo, sino incluso después de su muerte, y a lo largo de siglos. Baste pensar en San Francisco de Asís, o en los más cercanos Beatos Carlos de Foucauld y la Teresa de Calcuta…; y tantos sacerdotes, religiosos y seglares, de los cuales no han hablado los medios de comunicación, pero que han dejado una huella profunda en la vida y el corazón de muchas personas – cristianos o no cristianos -, que les han conocido.
¿Me entrego realmente a los demás, según mi vocación y mis posibilidades? ¿o quizá me retraigo por tibieza espiritual, comodidad o egoísmo?