LA EUCARISTÍA, FUEGO TRANSFORMANTE
La experiencia eucarística del P. Claret era una vivencia de íntima unión con Jesús en amor místico. Ya desde su primera comunión cultiva ese contacto personal con Jesús-Eucaristía, experiencia “de fuego” que irá intensificando constantemente esa relación. En consecuencia hará suya la expresión paulina (cf. Gal 2,20) “Vivo con la vida de Jesucristo. El, poseyéndome, posee una nada, y yo lo poseo todo en él (Aut 754). “Comulgar bien y con frecuencia” es para Claret un encuentro entre el fuego y la barra de hierro, barra que Jesús purifica, le quita la escoria y la cura de su natural frialdad.
La invitación “haced esto en conmemoración mía” nos lleva a proclamar la muerte de Jesús hasta que vuelva (cf. 1Cor 11,26). Esa muerte es la manifestación del amor del Padre hacia la humanidad; y la proclamación eucarística da testimonio de ese amor manifestado en Jesús. Los que prolongan ese amor a través de la fe, del perdón, de la acogida cordial de sus hermanos, etc, deben agradecerlo al Dios que ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rm 5,5) y los ha capacitado para ser sus testigo.
Siendo éste el efecto normal de la eucaristía, debemos preguntarnos si realmente produce estos en la vida personal de quienes comulgamos cada día. Si no se dan, muy probablemente se debe a que la rutina desactiva esa normal capacidad revitalizadora de la comunión. La participación en la eucaristía tampoco debiera ser nunca el mero cumplimiento de un precepto, sino sobre todo la comunicación íntima con el Jesús que da su vida por amor a Dios su Padre y por el bien de la humanidad. No hay comunión correcta sin una opción radical por el plan de Dios y por sus hijos, como la de Jesús.
Tu participación, quizá diaria, en la Eucaristía, ¿te lleva a profundizar tu relación de amor con Jesús y a “romperte” como él por tus hermanos?