AVERSIÓN A SU DESTINO EN LA CORTE
De mucha profundidad es este pensamiento anotado por Claret: reconoce en sí un disgusto interior, una molestia continuada, una tristeza cordial que le impide vivir con felicidad en un ambiente que otros pagarían por frecuentar. Es que la felicidad verdadera no es posesión de títulos, comodidades, bienes y personas, sino la sencilla y sana vivencia de aquello que nos hace hijos de Dios, hermanos de los otros y constructores de un mundo mejor.
Claret echa mano de imágenes de la naturaleza –acostumbrado como estaba a hablar con sencillez a la gente sencilla– para explicar ese sentimiento de malestar que experimentaba de continuo por el ambiente palaciego en que le situaba la misión que le habían confiado; tuvo que mantenerse en ese ministerio, no obstante haber expresado repetidas veces su deseo de cesar. Unas veces se ve a sí mismo como un pájaro enjaulado, otras como un perro atado a un poste (cf. Aut 165). ¡El salobre y la amargura del agua marina!
Pero era consciente de que ese sabor amargo que le producía su situación era una auténtica gracia del Señor; ese amargor le preservaba de la contaminación a la que estaba expuesto de continuo. Claret, muy clarividente, lo agradecía de corazón al Señor.
¿Pensamos alguna vez que los sinsabores que experimentamos en nuestro vivir cotidiano, en este “valle de lágrimas”, pueden ser también una gracia de Dios? ¿No es cierto que, con demasiada facilidad, tendemos a pensar que nuestra situación es insufrible? ¿Reflexionamos de vez en cuando sobre el hecho de que la mayor parte de la humanidad se encuentra en condiciones peores, más duras y dolorosas que las nuestras, con muchos menos recursos para hacer frente a sus problemas?