ALMAS ARDIENDO
Es verdad que en la época de Claret (siglo XIX) no era normal la comunión frecuente y a penas se daba la comunión diaria o de “los más de los días”. En nuestro tiempo, gracias a los avances teológicos y al Concilio Vaticano II, la praxis ha cambiado. Hoy la asistencia a la misa no suele ser numerosa: un «pusillus grex», pequeño rebaño. Pero la ventaja sobre el pasado es que se puede practicar, y se practica, la comunión frecuente: la mayor parte de los que asisten comulgan. Y en muchos lugares hay un grupo de personas que se acerca a la mesa del Señor a diario, o por supuesto cada domingo. En otros sitios la frecuencia es menor: acaso hay un grupo que recibe la Eucaristía en las fiestas más importantes y solemnes: Navidad, Pascua, fiestas patronales, o alguna otra fecha significativa.Pero, por desgracia, hay también cristianos que sólo una vez al año, “por pascua florida”, se acercan a los dos sacramentos: reconciliación y eucaristía. Y están, finalmente, los que nunca se acercan a ese admirable banquete. Son quienes durante años y años no pisan el templo, no oran, no se acuerdan de Dios: son ateos “no declarados”. Es penoso constatarlo; pero el frío del alma hace que un pueblo o una parroquia se desmoronen por la abulia de aquellos que, estando bautizados, viven lejos de Dios y ni siquiera, o muy poco, se acuerdan de Él.Podemos hacernos dos preguntas:1ª -¿Con qué frecuencia comulgo a lo largo del año y con qué nivel de entrega y fervor?2ª – Si yo lo hago con bastante frecuencia, o casi siempre, ¿qué hago por inducir a otras personas de mi entorno a recibir la Eucaristía?