En el Proceso Informativo para la beatificación del P. Claret, respondiendo al Art. 135, hace constar el P. José Xifré que la formulación está incompleta, ya que, al preguntar sobre la preparación de Claret para su tránsito definitivo, se menciona la recepción de los sacramentos y la profesión de fe, pero “no se dice que antes de morir hizo el Sr. Claret profesión solemne en la Congregación que él fundara, como ya he declarado, cuya profesión hizo en mis manos” (PIM, ses. 17). Había tenido lugar el 8 de octubre de 1870.
Xifré hacía esta declaración, bajo juramento, en febrero de 1889. Cuatro años más tarde, mientras navegaba entre Panamá y Guayaquil, redactó, con amor apasionado, la Crónica de la Congregación (que esta desconoció hasta que la publicó el P. Juan Postius en los Anales de 1916). Esta, como es natural, dedica un buen apartado al Fundador. Pues bien, al narrar su santa muerte dice que, previamente, “quiso verificar lo que antes no había podido, la profesión religiosa con las formalidades prescritas, cumpliendo en lo sucesivo, en virtud de los votos, lo que sin ellos había cumplido siempre”.
a.- Profesión Religiosa de los CMF
Efectivamente, en la Congregación no pudo emitirse profesión religiosa hasta el verano de 1870. El 11 de febrero había aprobado Pío IX definitivamente las Constituciones y había reconocido la Congregación como instituto religioso, con votos públicos y obligatorios; para coronar todo, el 8 de julio aprobaba igualmente la fórmula de la profesión, en la que, al antiguo juramento de permanencia y la especial consagración a Dios ya María, en uso desde 1862, se añadía las emisión de los tres votos religiosos.
Los Misioneros fueron profesando a lo largo de aquel verano y otoño. Dado que ya todos tenían votos privados, de acuerdo con las Constituciones vigentes desde pascua de 1866, las Actas hablan de “renovar” los votos. Las primeras comunidades en hacerlo fueron las de Sant Martí de Sobremunt y Vic, en los días 11 y 12 de agosto. La de Prades, comenzando por el P. Xifré, que profesó en manos del P. Clotet, “superioris vices gerentis Generalis”, prefirió hacerlo en la fiesta del Corazón de María, que aquel año se celebró el 28 de agosto.
Para esa fecha Claret llevaba ya tres semanas en Fontfroide, de modo que los Misioneros de la casa central no tuvieron el gozo de profesar en sus manos, como lo habían hecho en 1862 los de Segovia. El evento no supuso cambios en la Congregación, pues hacía años que, de algún modo, todos “profesaban”. Lo nuevo era el rasgo de eclesialidad, al hacerlo con fórmula aprobada por la Santa Sede y comprometiéndose a vivir según las Constituciones ya definitivas. No sabemos si el P. Claret y el P. Lorenzo Puig, en su retiro de Fontfroide, se enteraron de lo vivido en Prades.
b.- Claret y la vida consagrada
Según la mencionada afirmación del P. Xifré, Claret “había cumplido siempre” lo que implican los votos religiosos. Aun reconociendo en la afirmación un cierto carácter retórico y probables inexactitudes, no puede negarse la veracidad del fondo. Él afirma que “tenía la más ciega obediencia” a su obispo (Aut 595), y su pobreza le llevó a tener que comer de limosna (Aut 365) y a trazarse como programa “escoger lo más despreciable para mí” (Propósitos 1843). A excepción de algún pasquín casi cómico o de caricaturas extravagantes, nadie pudo hacerle reproches verosímiles relacionados con su vida celibataria. Y, recién fundada la Congregación, manifestaba con satisfacción: “vivimos en comunidad en este colegio vida verdaderamente pobre y apostólica” (EC I, p.316).
Pero Claret fue capaz también de adelantarse en organizar su futuro por cuenta propia, cuando, con “dificultades de parte del superior eclesiástico”, decidió dejar la parroquia de Sallent (Aut 121), o cuando, antes de ser enviado a Canarias, se comprometió a irse a Segovia con el preconizado obispo M. Figuerol (EC I, p. 246s). Y administró sus bienes, a veces “grandes cantidades” de dinero (EC II, 1346), con sentido evangélico pero con gran autonomía. Tanto en Cuba como en Madrid, Claret tuvo criados, a quienes pagaba un sueldo, casi como “pequeño empresario”; al paje Ignacio Betriu le pagaba 120 reales al mes, según se registra repetidamente en el Libro de Caja (MssClaret, XIV).
Claret nunca fue religioso en sentido canónico. Durante un par de años le rondó la idea de hacerse cartujo, pero no ingresó. Y sus meses de noviciado jesuítico fueron poco más que una casualidad. Siendo arzobispo en Santiago, pensó en retirarse “a la Compañía de Jesús si me quieren” (EC III, p. 130), pero ignoramos en qué condiciones. En sus confidencias con el P. Juan N. Lobo, ya novicio (EC I, p. 1375), Claret le pondera la dicha de ser jesuita, pero no le dice una palabra sobre tener él idéntica vocación.
Y sin embargo Claret, como hemos visto, vivía muchas de las características de la vida religioso-apostólica, incluida, cuando le era posible, la comunidad; en este punto, en Cuba, “nuestra casa era la admiración de cuantos forasteros lo presenciaron” (Aut 608). Es de valor insuperable a este respecto el testimonio del P. Lobo, Vicario General de Claret de 1851 a 1856: “En toda su conducta y modo de obrar se ajustaba con la más delicada exactitud a las prácticas en que se ejercitó durante su permanencia en el noviciado de la Compañía. Lo que allí aprendió no lo olvidó ni descuidó jamás. Más tarde, entrando yo en la Compañía, tuve ocasión de conocerlo así, y de admirarme, porque los más fervorosos y observantes religiosos no me dieron más cabal ejemplo que él, de la delicada observancia de la perfección religiosa” (Carta al P. Xifré, 22 de enero de 1880).
c.- Claret y su Congregación de Misioneros
La necesidad de aceptar el episcopado no le permitió vivir habitualmente en ella. Y su ministerio episcopal le obligó a atender a varias pertenencias; desde Cuba piensa alguna vez en retirarse a “mi colegio de Cataluña” (EC III, p. 130), y mantiene correspondencia habitual, directa o indirecta, con sus Misioneros de Vic; pero en Santiago tiene otra comunidad semejante con sus familiares. “Yo y mis familiares…” (Aut 513).
Llegado a Madrid en 1857, programa de inmediato el traslado de algunos de sus Misioneros a la capital (EC I, p. 1361), con los cuales desea vivir y trabajar. Pero, al no resultar factible el proyecto, crea en la capital otra comunidad parecida (F. Sansolí, C. Sala, I. Betriu, P. Llausás…); y a partir de 1860 añade todavía la del Escorial (D. Glez. de Mendoza, A. Barjau, A. Galdácano, P. Currius…). A todas “pertenece” Claret, pero solo la de Vic está formada por aquellos “a quienes Dios había dado el mismo espíritu de que yo me sentía animado” (Aut 489); y a ella se retirará cuando, en 1865, interrumpa su ministerio de confesor real. Además, su comunidad de Madrid, a partir de 1863, se va transformando en una más de su Congregación (PP. P. Vilar y L. Puig, y HH. Saladich, Llumá, Calvó, Gómez), y desea que así sea considerada por el P. Xifré (EC II, p. 642). Al exilio marchó con el P. Lorenzo Puig y el H. José Saladich; serán su comunidad en París y Roma. La comunidad de su descanso final debiera haber sido la de Prades.
En su abundante correspondencia con el P. Xifré, le habla de “nuestra Congregación” y “nuestras Constituciones”, de las que le pide ejemplares suficientes para su casa tan pronto como las sabe aprobadas e impresas (EC II, p. 990; 1076). Para la aprobación de estas y de la Congregación no reparó en sacrificios, paciencia y desvelos personales. Él redactó en 1862 la fórmula del juramento de permanencia y de consagración especial a Dios y al Corazón de María, y presidió la “profesión” de la comunidad de Segovia. No consta que la hiciese él, que poco podía añadir a la que vivía hacía mucho tiempo: “soy esclavo de mi Señora María Santísima” (EC I, p. 1408).
Debió de expresar con frecuencia a la Reina el deseo de irse a vivir con sus Misioneros; ella lo dijo en Segovia al P. Serrat: “Si yo le diera licencia mañana estaría con Ustedes” (PAV ses. 42). Al nuncio le confesaba, en 1864, tener “deseos los más vivos de poder retirarse a ella [la Congregación] y morir entre sus hermanos” (EC III, p. 447).
Pero entre estas expresiones de identificación y pertenencia, ninguna comparable a su comentario a la muerte martirial del P. Crusats: “Yo deseaba muchísimo ser el primer mártir de la Congregación, pero no he sido digno” (EC II, p. 1298).
d.- Ratificación de una identidad y pertenencia
Tras una trayectoria plenamente misionera, y adornada con los rasgos típicos de la consagración religiosa, como se ha visto, surge la pregunta: ¿Qué supuso para el moribundo arzobispo la profesión de los votos religiosos en su Congregación de Misioneros aquel 8 de octubre de 1870? Prescindiendo de cuestiones canónicas sobre los efectos de la profesión de un obispo, y además in articulo mortis, el caso de Claret no presenta oscuridad alguna: ratificaba lo que había sido su vida, sellaba formalmente su pertenencia a la Congregación (profesaba en manos del superior general), y con la misma Congregación celebraba su reconocimiento como Instituto Religioso en la Iglesia.
Según los Apuntes Biográficos del P. Clotet, Claret pidió los sacramentos “con vivas ansias”, hizo la profesión de fe “con voz firme y entera” y, con ello, “edificó extraordinariamente a los religiosos del monasterio”. Su profesión religiosa, emitida en el mismo acto, debió de ser un tomar en las manos su vida entera y ofrecerla al Padre remarcando en ella los rasgos del Hijo del Inmaculado Corazón de María, tal como él los había definido (Aut 494) para sí mismo y para sus hermanos los Misioneros.
Severiano Blanco cmf