SOLIDARIDAD CON LOS POBRES
Dicen que es un axioma chino: “a los empobrecidos es más importante enseñarles a pescar que darles pescado”. La caridad cristiana, la solidaridad humana, la bondad natural de quien comparte de lo suyo, no debe jamás engendrar dependencia. Para que sea verdadera y útil, la caridad debe ayudar a crear libertad, a buscar oportunidades, a ofrecer propuestas que mejoren la calidad de vida.
El arzobispo de Santiago de Cuba parece que entendía a la perfección el axioma chino. Con la cordura o buen sentido que le caracterizaba (el “seny” catalán), y como entendido en la industria de los telares, en los que trabajó en su juventud, no quiso conformarse con el anuncio de la Palabra de Dios. Ésta era el motor que le impulsaba a evangelizar y también a emprender obras sociales que sirvieran para la promoción de las clases desfavorecidas. En Cuba, en aquel tiempo, la mayoría de la población se encontraba en una situación deplorable, sin formación básica, sin preparación profesional, sin casi nada…
El arzobispo puso manos a la obra. Puso talleres de aprendizaje de oficios en las cárceles para que los presos saliesen un día rehabilitados y llevasen una vida digna; inició una granja-escuela, tanto para niños como para niñas, donde se aprenderían sobre todo técnicas de agricultura y él mismo compuso un manual o método… Lo que los enviados por la política no habían hecho, él lo realizó como enviado de Dios. Entregó a manos llenas el pan de la Palabra y el pan de la promoción humana. Gracias a sus iniciativas, muchos niños y jóvenes cubanos aprendieron a “pescar”, encontraron salida a sus vidas.
¿Conoces tú la diferencia entre la solidaridad y la limosna?