TRABAJO INFATIGABLE
Donde mejor se refleja la última motivación del vivir de Claret, la que da razón de su incansable trabajo misionero, es en la que se ha venido a llamar “oración apostólica”. Fue en los Propósitos de 1862 cuando la escribió por primera vez y luego en su Autobiografía (nº 233): “Pediré al Señor: Que le conozca y que le haga conocer. Que le ame y que le haga amar. Que le sirva y que le haga servir…” (AEC p. 698).
Para poder trabajar incansable y gratuitamente se necesita la ayuda del Señor. Por eso se la pide. No todos tenemos el temperamento activo de Claret, pero todos podemos recibir el don de la entrega a la propia misión sin condiciones. Para ello es necesario, primero, conocer a Dios; conociéndole, será posible amarle; y amándole, será fácil servirle. No se trata de obrar, sino de dejarse mover.
Viendo los Propósitos que hace Claret en 1857, por ejemplo, podemos entender en qué consistía su trabajo en esa etapa de su estancia en Madrid: “Visitaré con mucha frecuencia los hospitales, cárceles y demás casas y establecimientos de beneficencia, y les procuraré los socorros espirituales y corporales que pueda. Procuraré el bien que pueda a los eclesiásticos por medio de las conferencias literarias y espirituales: dándoles libros, etc…” (AEC, p. 682). Es como un criado de Cristo: que hace únicamente lo que su amo quiere. Los buenos criados no esperan más recompensa que el agrado que producen a su señor.
Desde esta perspectiva, no es difícil superar los momentos de desánimos que a veces nos sobrevienen. Basta pensar que, aunque nada quedará sin recompensa, la mayor recompensa es la de haber servido a tan gran Señor, del que hemos recibido cuanto somos y tenemos. En el fondo, trabajar para él es devolverle algo de lo mucho que hemos recibido.