GLORIA DEL MARTIRIO
Beatos Mártires Claretianos de Barbastro
Dijo el Señor: “…Quien pierda su vida por mí la encontrará” (Mt 10,39; 16,25). Todo discípulo de Cristo, por lo tanto, tiene que contar con la posibilidad del martirio y apreciarlo altamente. De hecho la comunidad de Jesús, desde sus albores hasta hoy, ha vivido la realidad del martirio en no pocos de sus miembros. Y es de prever que así continuará siendo en el futuro. Basta pensar en la cantidad de mártires que dieron su vida por Cristo bajo el nazismo y el comunismo en el siglo pasado, y las dificultades, e incluso el martirio, en nuestros mismos días, por obra de regímenes intolerantes o bandas de perseguidores fanáticos.
Claret suspiraba por acabar sus días derramando su sangre por Cristo. Dios no se lo concedió. Al final murió de enfermedad en el exilio (que ya es una especie de martirio); pero, a lo largo de su vida sufrió al menos una docena de atentados, y en uno de ellos, que tuvo lugar en la ciudad de Holguín (Cuba), fue herido gravemente y, por tanto, derramó efectivamente su sangre por Cristo; en la Autobiografía describe con detalle el gozo que tal experiencia le proporcionó. Por eso Claret tuvo santa envidia del P. Francisco Crusats, quien en 1868 murió mártir en La Selva del Camp (España).
A lo largo de su historia, la congregación claretiana ha tenido centenares de mártires; en la guerra civil española (1936-1939) fue la institución religiosa con mayor número de mártires: 271; entre ellos, los beatos mártires de Barbastro (51), cuya fiesta hoy celebramos. Antes el beato P. Andrés Solá, en México (año 1927), y después el P. Rhoel Gallardo en Filipinas (año 2000)…, sin contar los que han sufrido cárceles, torturas, exilios… Un gran estímulo que debe animar nuestra fidelidad, la de todo el pueblo cristiano.
“… Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro una nube tan grande de testigos… corramos con constancia la carrera que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, iniciador y consumador de la fe…” (Hb 12, 1-4; cf. 11).