LOS DOS GRANDES AMORES
Cuando Claret misionaba en Gran Canaria, lamentaba la deficiente formación de los sacerdotes de aquella isla: era de orientación jansenista. Esta fue una desviación muy extendida en los siglos XVII y XVIII, que en espiritualidad llevó a un rigorismo moral y a un lamentable olvido de la ternura de Dios Padre. Frente a ella tuvo un gran papel la devoción a los Corazones de Jesús y de María.Claret, quizá predispuesto por ser “naturalmente muy compasivo” (Aut 9), entendió a Dios como el padre del pródigo, que organiza una fiesta para el hijo rebelde que regresa. Por el año 1847, parece que conoció los Anales de la Archicofradía del Corazón de María que funcionaba en la iglesia parisina de Nuestra Señora de las Victorias; veneraban a María especialmente como “refugio de pecadores”. Esto dio un nuevo matiz a la espiritualidad y a la técnica apostólica de Claret: María “refugio”. Percibirá en ella un fiel reflejo de la ternura de Dios. Él no fue uno de aquellos predicadores que atribuían a Dios la justicia y a María la compasión. Su Dios era el padre compasivo. Pero no por ello privaba de espacio a María: la veía como modelo, como maestra, como “mediadora”; era el “cuello” entre Cristo Cabeza e Iglesia Cuerpo.La devoción a María era entrega, era amor: “Ministro de María” (Aut 270). Y la relación con Dios era también de amor. Esta es una de las palabras que con más frecuencia aparecen en los escritos de Claret. Es ilustrativa la anécdota que cuenta de San Juan de Ávila. Un joven sacerdote le preguntó que debía hacer para salir un buen predicador, a lo que el santo respondió lacónicamente: “amar mucho” (Aut 440).Claret quiere que Teófilo sea un buen misionero, y sabe que la condición elemental para ello es que lleve fuego interior, que Dios y María signifiquen mucho para él, que la causa de Dios “le queme”. La palabra del testigo no puede ser fría o “neutra”, sino palabra de fuego.