EL FUEGO DEL ESPÍRITU IMPELE A LA MISIÓN
Claret tiende a recoger de su experiencia pensamientos que estimulen la imaginación de los que le escuchan. Estamos en la época de la revolución industrial; la fuerza y la velocidad se han convertido en una obsesión. Cuando Claret escribe sus artículos periodísticos sobre el amor de Dios, los titula “El Ferrocarril”. En un momento del diálogo entre D. Juan y D. Prudencio, comenta este último:
“Todos los hombres estamos llamados a emprender y seguir el camino de la Jerusalén de la gloria. El mismo Dios nos lo ha trazado, y ese camino no es otro que el amor. Como los caminos de hierro, tiene éste dos líneas que son: amar a Dios y amar al prójimo. La locomotora es la caridad, que anda con celeridad mayor o menor en razón directa de sus grados de calor, o sea, de amor. Cada uno de los coches en que andan las gentes, lleva el mismo nombre, que es la voluntad de Dios. Todos y cada uno de ellos tienen cuatro ruedas: las dos delanteras son la Religión y la Moral: las otras dos son la Obediencia a la Autoridad eclesiástica y la Obediencia a la Autoridad civil. Si estas cuatro ruedas andan todas, y todas andan por las dos líneas marcadas, los viajeros andarán mucho camino y llegarán felizmente a la ciudad de la Gloria, sin percances ni cansancio, y con todas las riquezas de méritos y obras buenas que atesoraron y llevan consigo”.
La cita es algo larga; lo importante es que expresa con fidelidad cómo el amor a Dios y al prójimo es, para todos, el único camino: llegar al Padre a través de la entrega a los hermanos. El hermano es un lugar de consagración, y gracias a él se producen efectos insospechables. Sabemos que la entrega a los hermano convierte a Dios en un manirroto.