DEJAR QUE DIOS NOS HAGA
Quizá el símbolo más recurrente en la predicación y escritos de Claret sea el fuego. Lo utiliza para hablar de Dios, del Espíritu Santo, del Corazón de María… Para describir su proceso personal de transformación interior se sirve de un símbolo muy familiar en el mundo rural: la fragua. Aunque alejado de nuestro mundo tecnificado, sigue siendo comprensible porque se basa en los cuatro elementos presentes en toda cultura: la tierra, el fuego, el aire y el agua. Claret se ve a sí mismo como una barra de hierro que aspira a convertirse en flecha, según lo que había leído en el profeta Isaías: “Hizo de mí una flecha bruñida, me escondió en su carcaj” (49,2). ¿Qué hace el herrero? En primer lugar, mete la barra de hierro en el fogón de la fragua hasta que se vuelve rusiente. Después, la coloca sobre el yunque y, lentamente y con precisión de artista, la va golpeando con el martillo hasta conseguir darle la forma adecuada. Finalmente, cuando la barra de hierro se ha convertido en flecha, la introduce en el agua para que adquiera el temple justo.Con gran sencillez, Claret aplica esta hermosa alegoría a su modelación por la gracia del Padre. Para convertirlo en “flecha misionera”, Dios lo introdujo primero en la experiencia del fuego de su amor a través de los ejercicios espirituales y sacramentos. Calentado, iluminado y curado por el fuego del amor de Dios, vivió un lento proceso de configuración con Cristo en el yunque de la vida cotidiana. Los martillazos significan las virtudes y los medios ascéticos que le ayudaron a adquirir la “forma de Cristo”. Convertido en flecha puntiaguda, fue introducido en el agua del Espíritu Santo para ser lanzado como mensajero del evangelio a los pobres.También a nosotros es aplicable la alegoría de la fragua. Para ser testigos convincentes, necesitamos la experiencia del “fuego” (es decir, la experiencia del amor de Dios) y del “yunque” (es decir, el proceso de configuración con Jesucristo).