SEGUIMIENTO RADICAL DE CRISTO
Con estas palabras concluye un bello párrafo de la Autobiografía de san Antonio Mª Claret en el que describe lo que él piensa debería ser la identidad del misionero. Es una descripción de lo que él mismo buscó y vivió.
La vida de san Antonio Mª Claret tuvo un centro integrador y dinamizador: Cristo. Por él se sintió amado, acompañado y enviado. Toda vida humana necesita un centro de gravedad que la llene de sentido; a Claret no le faltó. Dejó que Cristo moldeara toda su existencia. Fue una relación creciendo con los años y que fue tomando connotaciones diversas en las distintas etapas de su vida. Primero fue la experiencia del Jesús-amigo de sus años de niñez y adolescencia. Siendo ya joven, el encuentro con Jesús imprimió un nuevo rumbo a su vida a partir de aquel “de qué sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo” que oyó en una iglesia de Barcelona.
Más tarde, ya misionero, quiso imitarle en todo, pero sobre todo en su pasión por la gloria del Padre y en su entrega absoluta al anuncio del Reino. La situación de los pobres que encontró en Cuba, al ir allí como Arzobispo, le hizo sintonizar, de un modo especial, con la profunda compasión de Jesús y le impulsó a crear diversos proyectos en favor de los excluidos.
En Madrid, durante los últimos diez años de su vida, pasó muchas horas contemplando a Jesús perseguido, aprendiendo de él a ser manso y humilde de corazón, a perdonar y a ofrecer al Padre el dolor que le causaban las calumnias y persecuciones como tuvo que soportar en aquel tiempo. Murió besando el crucifijo, después de haber experimentado él mismo la cruz de la persecución y del exilio. Jesús fue ciertamente su punto de referencia absoluto, el centro integrador y dinamizador de su vida.
Seguir a Jesús es un gran programa de vida. No puede ser otro el camino del cristiano. Nunca el misionero podrá apartar su mirada de Jesús.