AL HERMANO COMO A CRISTO
Nadie desea ser reconocido o amado por su fama o su dinero. Todos deseamos ser reconocidos y amados por lo que somos, sin intereses ocultos. Sabemos que a quien es célebre, rico o poderoso le salen amigos por todas partes. “Mueve la cola el can no por ti sino por el pan”, dice el adagio. El que es inteligente se quedará con los amigos “de siempre”, no se dejará llevar de la lisonjera adulación de los oportunistas, que se declaran sus amigos mientras tiene algo que dar pero que le abandonarán en cuanto algo falle o no responda a sus expectativas.
¿Es posible el amor al prójimo por Jesús? Según la enseñanza de Benedicto XVI, este amor “consiste en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo”.
Jesús nos ama por ser quienes somos, hijos de Dios; por cada uno él ha dado la vida. Cada uno es especial para Jesús, porque el Padre ha creado y ama a cada uno por sí mismo. Reconoce que sus amigos, sus discípulos, son un don de Dios, y desea que estén donde está él, que puedan contemplar su gloria, porque los ha amado con el amor que ha recibido él mismo de Dios (cf. Jn 17,24-26). Jesús nos hace partícipes de su amor, el amor con que él ama al Padre y el amor con que nos ama a nosotros. Por eso amar a Jesús lleva a amar al prójimo como él lo ama, y de modo que, cuando amamos así, en realidad amamos a Jesús. Por eso dice que cuanto se hace por uno de estos pequeños, “por cualquiera de estos hermanos míos, a mí me lo hacéis” (Mt 25,40).
¿Amas en fuerza de tus sentimientos o de tus intereses, o movido por el mismo amor de Jesús, que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo?